Despertador. Mierda.
La pesada respiración, la humedad y el tacto suave de las sábanas en conflicto con la memoria, que está bailando con lo que he soñado esta noche. Ahí estabas tú, mirando pausadamente toda la escena y yo, como no, frenética y acelerada, saltando escenarios, arrastrando una palabra detrás de la otra, empujando a todos, actuando como primera bailarina de algún rincón de Europa del Este. Decadente yo en recuerdos virados en sepia.
El tiempo, cuando se sueña, fluctúa extraño y esta vez, a modo de página que pasa o fotograma que avanza, cruzo un umbral conocido y entro en un patio interior, pequeño pero soleado. No hay nada más que pueda recordar alrededor pero si a ti, sentado en una hamaca baja, mirando a un punto del horizonte en la pared que ya no es pared. Los muros son ahora extensas colinas del mundo de Cristina. Rememoro tu torso desnudo, el pelo rizado, las piernas contundentes sobre las que me siento y la lengua cálida que me asalta al besarte. El momento se degrada y desaparecen las imágenes en favor de las sensaciones. Liviandad, tersura y luego vacío.
El golpe contra el asfalto. Inspiración profunda. Alargo el brazo y apago la alarma que aún seguía sonando.